“Improvisar
es unirse al mundo, confundirse con él”, en estos tiempos donde prevalece el
aislamiento, vale la pena correr los riesgos.
Entiendo a la improvisación
escénica como el fluir de un entramado indisociable, en el que confluyen el
propio mundo interno, los lenguajes que nos habitan y la capacidad de estar en
sintonía con el otro mundo, el que nos contiene a todos y todas. Es por eso que
para improvisar en la escena, resulta fundamental recuperar y profundizar en
las capacidades sensitivas y perceptivas. Entrenar, en este caso, será indagar
y explorar hacia el re-encuentro del propio cuerpo-mundo y ponerlo en juego con
los cuerpos-mundo de l@s otr@s.
Improvisar es llegar a una esquina y no saber qué
dirección tomar, y entonces, dejar que algo se mueva antes que el propio
cuerpo; improvisar es reir de repente; es saber de la frescura junto a otros;
es “ no saber” y aún así saborear con
plenitud.
Improvisar es unirse al mundo,
confundirse con él; Yupanqui lo cantó como "la partícula cósmica que navega en mi sangre”; un campesino, una
mujer de la montaña, parecen saberlo aunque en silencio, sólo serán, serán “tierra
que anda”, según van siendo la lluvia, el viento y el sol.
Improvisando
en las artes escénicas, y trabajando como docente en esta búsqueda, he sentido cuánto
tiene que ver con “estar presente” en el propio cuerpo, que implica a la vez
una forma de estar en el mundo. Estar presentes, en el sentido de estar atentos
a nuestro cuerpo, a su piel, músculos y huesos, a los movimientos y ritmos que suceden en su interior, y poder “escuchar” los
impulsos que de él provienen. Hablo del “arte de estar presentes” en el sentido
en que lo proponen las artes marciales y otras disciplinas orientales: más
relacionado con el “dejar ser”, que con el hacer; con el “dejar ir”, más que
con el buscar afanosamente. Se trata de estar con todo lo que un@ es, estar con
el propio cuerpo en sintonía con el mundo, con el cosmos.
La
improvisación siempre es grupal, porque no se hace sino en un todo que me
sobrepasa, en un diálogo inaudible con los interlocutores. Ese cuerpo-mundo que
improvisa resuena con otros cuerpos-mundo, que son nuestros compañerxs y/o el
público, según la situación en la que estemos. Cuantos más participantes estén involucradxs,
el desafío y el placer se multiplican: si la tarea de escucharnos a nosotrxs
mismos, se hace difícil, en una cultura como la nuestra, en que, cada vez,
estamos más apuradxs y ocupadxs, escuchar a los demás es menos “rentable"
aún. Estas actitudes socialmente construídas, son también apreciables en una
improvisación grupal. Nos cuesta abrir la mirada, la piel, los oídos. O
proponemos ideas todo el tiempo, o seguimos a los demás, perdiéndonos a
nosotrxs mismos, resignando los propios impulsos. El desarrollo de esta
conciencia, se vuelve materia fundamental del trabajo, para que “ese poder de
escucha”, pueda multiplicarse, a través
de todos los sentidos puestos en juego a la vez.
¡En la era de la comunicación, no hay tiempo
para escuchar! Disponernos a recuperar el valor de la escucha implique, tal
vez, cuestionar algunos de los paradigmas sociales que nos atraviesan en el día
a día, para así, poder “encontrar-nos” también en las propuestas de los otros,
poder estar presentes con nuestros cuerpos-mundo en un todo más amplio, la
improvisación colectiva.
Todos
tenemos la capacidad de improvisar, porque lo que tenemos para dar (dar paso,
dar lugar) ya está en nosotros, es nosotros. El cuerpo-mundo que somos cuenta, por
sobre todo, con un bagaje de historias que nos habitan, además de los lenguajes
escénicos en los que nos vamos formando. Ese bagaje que se va forjando diverso por
el transitar de nuestras vidas, incluye tanto los permisos, las libertades y
las peculiaridades, como los moldes, rótulos y estereotipos que la sociedad va
imprimiendo en nosotros, de manera contundente e inconsciente, a través de la
educación y otras formas de la cultura. Todos juntos están ahí en nuestros
cuerpos-mundo. Pero las más de las veces, las segundas se presentan con tanta fuerza,
que terminan por adormecer, taponar o asfixiar a las primeras. Y de este modo,
nos resulta muy difícil, hacer contacto con nosotros mismos y con los demás.
Es
por esto, que cuando encaramos el arte de la improvisación, una de las tareas
más importantes consiste en desandar un camino hacia nosotros mismos, arriesgándonos
a renunciar a nuestros modos habituales y seguros. Entrenando la capacidad de
sorprender y ser sorprendidos, de jugar y de jugar-nos, por lo nuevo, de probar
“el error”, “la dificultad”; de investigar con la curiosidad de un niño.
En
este tipo de investigación escénica, cada encuentro es una oportunidad para
des-cubrir-nos más profundamente. Infinidad de personajes y mundos que nos
habitan, pueden aparecer, resultando a veces, desconocidos para nosotros
mismos. Movimiento Auténtico, Sensopercepción, Danza Butoh son algunas de las prácticas
que desarrollan esta búsqueda, y que están hoy muy fuertemente relacionadas con
la danza, la danza-teatro y el teatro ritual. Ellas nos preparan para ampliar
nuestra capacidad de percepción y nuestro estado de presencia, en el “aquí y
ahora”, al mismo tiempo que, junto a otras técnicas, vamos descubriendo y
enriqueciendo lenguajes propios de movimiento, acción y voz.
Este
proceso de despojo y escucha atenta, puede arribarnos a nuestras trabas en el
fluir, pero también puede darnos mucho disfrute. Cuando la “escucha” sucede,
entramos en un cauce fluído, difícil de describir, pero muy certero. Entonces,
es posible palpar algo de lo auténtico de
l@s otr@s y compartir con ell@s la propia identidad.
Cecilia
Leoncini
Docente,
Bailarina
Investigadora en lo Corporal y Vocal
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